Jesús sabía que ninguna agenda política, ninguna reforma social, ninguna justicia terrenal, podría resolver el problema real.
Alcanzar el mundo para Cristo
En estos tiempos inquietantes, caóticos e inciertos, ante una crisis mundial de salud, tensiones raciales, desafíos en las relaciones humanas, volatilidad económica, rechazo del estilo de vida moral de la Biblia y catástrofes naturales rampantes, enfrentamos urgentes preguntas: ¿Cuál es la verdadera misión a la que Dios nos ha llamado? ¿A qué misión ha llamado a su iglesia durante este tumultuoso tiempo del fin?
Los adventistas del séptimo día hemos sido llamados para una obra especial: ensalzar a Cristo y su Palabra, su justicia, su mensaje del Santuario, su mensaje de salud, su poder de salvación en el evangelio, los mensajes de los tres ángeles y su segunda venida.
Tenemos que colaborar con la obra del Espíritu Santo, señalando a las personas hacia la cruz de Cristo y su intercesión por nosotros en el Lugar Santísimo del Santuario celestial. Tenemos que hacer lo que Jesús hizo, tocando la vida de las personas directamente de manera práctica y/o espiritual.
DECLARACIÓN DE MISIÓN DE JESÚS
En el Evangelio de Lucas, vemos que Jesús fue a la sinagoga de Nazaret, «como era su costumbre» (Luc. 4:16) en día sábado. Se le pidió que leyera de las Escrituras, y se le dio el rollo del profeta Isaías. Abriendo el rollo, leyó: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor» (vers. 18, 19).
Al leer este pasaje, Cristo se identificó claramente como el «Ungido», el Mesías, y describió su misión. Al reflexionar en este pasaje, el Comentario bíblico adventista expresa: «El evangelio de Jesús significa alivio para los pobres, luz para los ignorantes, curación para los dolientes y libertad para los esclavos del pecado».1
UN MINISTERIO EQUILIBRADO
El ministerio de Cristo fue un ministerio equilibrado: el de aliviar el sufrimiento temporario, pero siempre con resultados espirituales y eternos en mente. No llegó para liberar cautivos políticos, sino a los cautivos de Satanás. Ofreció liberación espiritual de la esclavitud del pecado.
Hoy día hay también cautivos del pecado. Abunda la inmoralida; las drogas, el alcohol y el tabaco tienen firmemente aferrados a mucho; la pornografía, la envidia, la ira, el odio y el fanatismo atan a las personas en el pecado y la tristeza.
Jesús vino a liberar a las personas de la pesada carga del pecado; a abrir los ojos no solo de los que estaban literalmente ciegos sino de los que estaban espiritualmente ciegos, y a liberar a los oprimidos o «lastimados» en sentido espiritual: a los que estaban desanimados (véase Isa. 58:6; 42:4). Dios nos llama a llegar a esos individuos con esperanza y sanación, mostrándoles al Salvador que es el único que puede sanar, el único que puede transformar los corazones.
Jesús mostró compasión y amor por los que eran pobres y no los vio como malditos de Dios, como se solía creer en ese tiempo. Nosotros también seguimos el ejemplo de Cristo al ministrar a los pobres, al aliviar el sufrimiento –tanto temporal como espiritual– y al ayudar a que los cautivos espirituales encuentren la verdadera libertad en Cristo.
RESTAURACIÓN, NO VENGANZA
Al leer del libro de Isaías ese día en Nazaret, es interesante que Jesús culminó con la frase: «a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová», sin mencionar el resto del versículo, que dice: «y el día de venganza del Dios nuestro» (Isa. 61:2).
Es algo significativo, porque la última frase encapsulaba lo que los judíos esperaban del Mesías: un liberador de la opresión y tiranía romanas, que trajera reformas y justicia social, según las veían ellos. Cristo tenía en claro su misión. Dijo: «Mi Reino no es de este mundo; si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían» (Juan 18:36).
Elena White brinda una perspectiva adicional sobre la verdadera misión de Cristo: «El gobierno bajo el cual Jesús vivía era corrompido y opresivo; por todos lados había abusos clamorosos: extorsión, intolerancia y crueldad insultante. Sin embargo, el Salvador no intentó hacer reformas civiles, no atacó los abusos nacionales ni condenó a los enemigos nacionales. No intervino en la autoridad ni en la administración de los que estaban en el poder. El que era nuestro ejemplo se mantuvo alejado de los gobiernos terrenales. No porque fuese indiferente a los males de los hombres, sino porque el remedio no consistía en medidas simplemente humanas y externas. Para ser eficiente, la cura debía alcanzar a los hombres individualmente, y debía regenerar el corazón».2
Ese fue el énfasis de la misión de Cristo. Él sabía que ninguna agenda política, ninguna reforma social, ninguna justicia terrenal, podría resolver el problema real. Solo él podía llevar a cabo el cambio necesario del corazón que produjera la reforma social que tanto se necesitaba. Lo mismo se aplica al presente.
NUESTRA MISIÓN
Nuestra misión se encuentra identificada claramente por la inspiración divina: «En un sentido muy especial, los adventistas del séptimo día han sido colocados en el mundo como centinelas y transmisores de luz. A ellos ha sido confiada la tarea de dirigir la última amonestación a un mundo que perece. La Palabra de Dios proyecta sobre ellos una luz maravillosa. Una obra de la mayor importancia les ha sido confiada: proclamar los mensajes del primero, segundo y tercer ángeles. Ninguna otra obra puede ser comparada con esta y nada debe desviar nuestra atención de ella».3
Estos mensajes, centrados en Jesús, ofrecen lo que el mundo más necesita: el evangelio eterno. «Luego vi a otro ángel que volaba en medio del cielo, y que llevaba el evangelio eterno para anunciarlo a los que viven en la tierra, a toda nación, raza, lengua y pueblo» (Apoc. 14:6).
Este mensaje es inclusivo: nadie, ninguna raza, nacionalidad o país tiene que quedar afuera. Es un mensaje importante para todos. Y Dios nos ha comisionado para que lo compartamos.
Estos mensajes revelan la sustancia de la declaración de misión de Cristo que se describe en Lucas 4: dar el evangelio eterno a los pobres, sanar a los quebrantados y contritos, dar libertad a los cautivos del pecado, restaurar la vista de los que tienen ceguera espiritual, y libertar a los oprimidos por el pecado.
Los mensajes de los tres ángeles están llenos de esperanza, porque nos llevan a la restauración de la imagen de Dios en los seres humanos, teniendo en su mismo centro la justicia de Cristo, señalando la verdadera adoración y la vida correcta, y todo esto mediante el poder de Cristo que habita en nosotros por medio de su Espíritu Santo.
Los mensajes de los tres ángeles son la encarnación del reavivamiento y la reforma, reviviendo la esperanza en nuestro corazón y la reforma en nuestra vida. Al llegar a un mundo que sufre, ministrando a las muchas necesidades actuales mediante Todo Miembro Involucrado, permitamos, así como lo hizo Jesús, mantener en vista las cosas eternas, entendiendo que solo él puede regenerar los corazones.
1 Comentario bíblico adventista (Buenos Aires: Asoc. Casa Editora Sudamericana, 1984), t. 5, p. 711.
2 Elena White, El Deseado de todas las gentes (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1955), p. 470. (La cursiva es mía).
3 Elena White, Testimonios para la iglesia (Doral, Fl.: Asoc. Publ. Interamericana, 1998), t. 9, p. 17.