En noviembre de 2019, Bengala Occidental fue alcanzada por Bulbul, un inmenso ciclón. El viento arrancó miles de árboles y destruyó casas.
No reconocerán esa estructura como una iglesia. Si es que la notan, será por la brillante motocicleta que está estacionada afuera, o por la música religiosa que sale por la puerta.
El montículo de plástico negro es, sin embargo, una iglesia. Es una hermosa iglesia adventista junto a una ruta principal en las islas Sundarbans, en Bengala Occidental (India).
La abuela comenzó la iglesia cuando su nuera, una joven instructora bíblica misionera, compartió muchas historias maravillosas e increíbles de «el Dios que los ama». Sin contener el entusiasmo, la abuela invitó a los vecinos para que la acompañaran para estudiar la Biblia y orar. Las reuniones pronto desbordaron su simple cocina y llenaron la franja de tierra que servía de entrada a su casa de tan solo dos habitaciones.
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Era el lugar perfecto para que se reuniera el creciente grupo de nuevos cristianos. Estaban apretujados pero frescos bajo la sombra de las ramas extendidas de un árbol gigante.
La congregación pronto ocupó toda la entrada.
—Nadie es dueño de la tierra al final del camino –dijo uno de los nuevos creyentes a la abuela–. Construyamos una iglesia aquí al lado de la casa.
—¿No se enojará el gobierno?
—No hasta que decidan agrandar la calle.
Los adoradores no tenían dinero para comprar materiales de construcción como concreto, bloques o acero, pero recolectaron una ofrenda que cubrió el costo de una carga de bambú largo, una carga de plástico negro, y un carro de brillante plástico verde con rayas verde oscuro. Arrancaron tiras resistentes de los bananos y las usaron para amarrar el bambú y así levantar la estructura. Nadie recuerda cuánto tiempo les llevó la tarea, pero antes de no mucho, la iglesia estuvo lista para los cultos.
Una de las mujeres llevó los ídolos de su templo de bronce a la ciudad y los hizo transformar en una campana. Entonces, un memorable sábado por la mañana, contó lo que había hecho y colgó la nueva campana de un travesaño de bambú al frente de la iglesia. Pidieron prestado un sistema de sonido simple, limpiaron el piso y lo cubrieron con un plástico anaranjado y amarillo, colgaron brazaletes brillantes del techo y abrieron las puertas del templo.
La iglesia, más bonita que una catedral de vitrales, tiene ahora casi veinte hombres y aún más mujeres que cada sábado, sentados en el piso, leen las Escrituras, cantan con energía, escuchan los sermones y elevan largas y emotivas oraciones llenas de fe. Lo mismo sucede los viernes de noche. Y muchas otras veces durante la semana cuando los miembros sienten deseos de adorar.
Dado que la nuera de la abuela, la instructora bíblica, tiene menos de cuarenta años, la iglesia se llenó rápidamente con sus amigos y otros hombres y mujeres de la comunidad. Llegaron más y más personas, y los miembros añadieron una mesa al frente, un armario para guardar Biblias, una luz, un ventilador eléctrico, y una cruz roja y blanca con una guirnalda en forma de flor púrpura.
Los sábados por la tarde, los docentes y estudiantes de la cercana Escuela Adventista de Sundarban llegan a la iglesia de plástico, comparten una rápida comida entre todos, y entonces se dividen en más de una decena de grupos para visitar a todos los que viven cerca. Los estudiantes, muchos de los cuales provienen de familiares hindúes, musulmanas o animistas, dan estudios bíblicos e invitan a los vecinos para que vayan a la iglesia para cantar, orar y adorar. Los vecinos aman a los estudiantes, y la creciente asistencia a la iglesia demandará extender las paredes de plástico.
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Durante los últimos años, estudiantes del Colegio Adventista Sunnydale en Missouri (EE. UU.) han participado de viajes misioneros a Sundarbans. Han ido de puerta a puerta en las aldeas, jugado al fútbol con los niños, y dirigido reuniones de evangelismo en pequeñas iglesias. Durante marzo de 2020, los estudiantes de Sunnydale se sumaron a estudiantes de la Escuela Adventista de Sundarban para llevar a cabo reuniones de evangelización en la iglesia de plástico. Juntos enseñaron las maravillosas historias de «el Dios que los ama», extendiendo aún más las paredes de la iglesia.
En noviembre de 2019, Bengala Occidental fue alcanzada por Bulbul, un inmenso ciclón. El viento arrancó miles de árboles y destruyó casas. La tierra seca se transformó en ríos de lodo. Los rugientes ríos destruyeron los caminos. Las edificaciones fueron aplastadas, arrastradas y arrasadas.
¿Recuerdan las «ramas extendidas de un árbol gigante» que había albergado a los adoradores cuando la «iglesia» se encontraba a la entrada de la casa de la abuela? Durante el ciclón, la abuela oró toda la noche por el árbol, rogando a Dios que salvara el árbol y la iglesia. Tarde esa noche, la abuela oyó que el viento atacaba el árbol. Los crujidos y los golpes casi la hicieron caer de la cama. Aterrada, se arrastró hasta la puerta de entrada y encontró que ramas y hojas le tapaban la entrada. Con la esperanza de que la iglesia no fuera tan solo escombros detrás del árbol, regresó a la cama llorando.
A la mañana siguiente, la mayoría de la familia de la iglesia fue a ver qué había pasado. Corrieron las ramas y las hojas, y vieron que el árbol había caído en el pequeño espacio entre la casa de la abuela y la iglesia. Había llenado la entrada que había servido de «vieja iglesia», pero dejó la «nueva iglesia» y la casa de la abuela intactas.
La noticia de «el árbol que cayó, pero salvó la iglesia de plástico» se esparció por las aldeas, y la gente se acercó a admirar la obra cuidadosa de Dios. Muchos se quedaron para los cultos.
Si planean visitar el lugar en sábado, es mejor que lleguen temprano. La iglesia de plástico estará llena. Lleven su Biblia e himnario, pero prepárense para dejar sus zapatos junto a la puerta de entrada. Les encantarán los cánticos, las oraciones, los testimonios y el sermón. Quédense todo el día si gustan, pero asegúrense de mirar el tocón del árbol atrás de la iglesia. Las ramas y hojas han desaparecido hace tiempo, pero notará que el tocón aún está inclinado hacia la casa de la abuela. Señala el único lugar seguro donde podría caer y no dañar a nadie. Allí donde los ángeles le ayudaron a caer. Allí mismo, en los brazos de «el Dios que los ama».
Dick Duerksen es pastor y narrador. Vive en Portland, Oregón, Estados Unidos.