No quiero verme motivada por el temor de las opiniones y reacciones de los demás.
Me senté en la oficina, enfrentando a mis superiores, temblando de nervios a pesar de sus rostros amigables y el convencimiento interior de que todo estaba bien. Estaba allí para una conversación difícil, y no era algo que aguardaba con ansias. Sabía que lo que tenía para decir podía ser malinterpretado, y al final del día nada cambiaría, pero me sentí impulsada a intentarlo. Había algo más grande en juego que mi propia comodidad.
Cuando dejé más tarde esa oficina, reflexioné que no envidiaba a los profetas de la Biblia. Dios siempre les estaba pidiendo que tuvieran conversaciones muy difíciles sobre temas incómodos. Isaías, por ejemplo, tuvo que decirle al pueblo de Dios que el Señor detestaba sus cultos religiosos porque ellos al mismo tiempo practicaban e ignoraban la opresión y la injusticia (cf. Isa. 1 y 58). Amós tuvo un mensaje similar (Amós 5), y otros profetas también. Dios procuró una y otra vez que el pueblo cambiara y defendiera la justicia, el amor y la verdad (cf. Zac. 7, Ose. 4, Jer. 7). Los receptores del mensaje a menudo no querían escuchar. En efecto, Jeremías estuvo a punto de renunciar a su ministerio profético porque su mensaje era tan impopular (Jer. 20:7-18). ¡Imagine estar en los zapatos de los mensajeros!
A pesar de ello, aún hay ocasiones en las que Dios nos pide que hablemos de cuestiones espinosas, ya sea dentro o fuera de la iglesia. ¿Cómo podemos nosotros como iglesia mantenernos sin temor de enfrentar temas difíciles? La respuesta es por cierto compleja, pero tengo que comenzar con lo más cercano: mi corazón, mis prioridades y mis motivaciones.
Mi manera de reaccionar ante un conflicto potencial revela lo que en verdad motiva mi conducta. Expone las prioridades ocultas de mi corazón. Si mi comodidad, mi posición, mi prestigio o popularidad es mi principal preocupación, lucharé por hallar el valor de hacer frente a los temas difíciles. Pero si mi primera prioridad es el amor –en primer lugar por Dios y entonces por los demás– hallaré fuerzas para superar mis miedos. Como cristiana, no quiero verme motivada por el temor de las opiniones y reacciones de los demás. Por el contrario, el amor tiene que motivarme, mientras confío en que Dios cuidará de lo que suceda a continuación (cf. Mat. 22:36-40; 2 Tim. 1:7; 1 Cor. 15:58). Jesús dice que el mundo sabrá que somos sus discípulos por nuestro amor (Juan 13:35), y Pablo nos manda a hablar la verdad en amor (Efe. 4:15). A medida que el amor se perfecciona en mí, el temor comienza a perder su poder (1 Juan 4:18).
¿Está Dios pidiéndote que tengas una conversación difícil? ¿Tienes temor de cómo te tratará la gente si sacas un tema sensible? Entonces siéntete animado por sus palabras: «No teman las burlas de la gente, ni tengan miedo de sus insultos […]. Yo, sí, yo soy quien te consuela. Entonces, ¿por qué les temes a simples seres humanos que se marchitan como la hierba y desaparecen? Sin embargo, has olvidado al Señor tu Creador […]. Yo soy el Señor tu Dios […]. Mi nombre es el Señor de los Ejércitos Celestiales. Y he puesto mis palabras en tu boca y te he escondido dentro de mi mano» (Isa. 51: 7, 12-16, NTV).
Que el amor por nuestro Creador y por los demás nos motive a tener valor, aun si Dios nos pide que enfrentemos cuestiones difíciles.
Lynette Allcock se graduó en la Universidad Adventista Southern, y ahora vive en Watford, Reino Unido, donde es productora y presentadora de Radio Adventista Londres.