Jesús recibe a los imperfectos de este mundo y los sana en el Templo.
Muchos dividen su mundo social en «nosotros» y «ellos». «Nosotros» suele ser un grupo de personas que tienen trasfondos sociales, culturales y étnicos similares, y que comparten intereses y perspectivas políticas y religiosas similares. «Nosotros» es un grupo de personas con quienes nos sentimos cómodos.
«Ellos» tienen aspecto diferente, piensan diferente y hablan diferente. La mayoría del tiempo limitamos nuestras interacciones con «ellos». Algunos sostienen que esa tendencia a dividirnos entre «nosotros» y «ellos» es parte de nosotros, y es fundamental para la supervivencia. Es por ello que siempre está presente en la sociedad humana.
Jesús, sin embargo, ofrece una perspectiva diferente. Aun pensar en categorías de «nosotros» y «ellos» está mal. Si afirmamos ser seguidores de Jesús, necesitamos seguir su ejemplo de mostrarnos acogedores sin condiciones. Quiero pertenecer a una iglesia realmente acogedora. Analicemos más de cerca una historia de la vida de Jesús que demuestra cuán radicalmente acogedor se mostró él.
Una de las acciones más dramáticas de Jesús es la purificación del Templo. Aparece documentada en tres de los Evangelios. Así lo cuenta Mateo: «Entró Jesús en el templo de Dios y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas, y les dijo: “Escrito está: ‘Mi casa, casa de oración será llamada’, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”. Y en el Templo se le acercaron ciegos y cojos, y los sanó. Pero los principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía y a los muchachos aclamando en el Templo y diciendo: “¡Hosana al Hijo de David!”, se enojaron» (Mat. 21:12-15).
Jesús acababa de entrar triunfalmente a Jerusalén. La Pascua, uno de los festivales religiosos judíos más importantes, estaba por comenzar. Los historiadores estiman que la población normal de Jerusalén era de unas treinta mil personas, pero durante la Pascua llegaba a ciento ochenta mil. El Templo de Dios en Jerusalén era uno de los lugares más sagrados sobre la tierra para los judíos del siglo I. Era donde el cielo y la tierra se encontraban.
Cuando Jesús entró en Jerusalén, la mayoría de las personas de la ciudad conocía poco de él. El séquito galileo de Jesús gritaba «Hosana» [«sálvanos ahora»] al hijo de David». La gente se daba cuenta de que estaba sucediendo algo inusual, porque una gran multitud seguía a Jesús mientras él ingresaba a Jerusalén de manera sumamente inusual. Jesús cabalgaba en un burrito. ¿Podía ser que fuera el Mesías, o solo otro alborotador (vers. 10, 11)?
¡FUERA DE AQUÍ!
Lo que Jesús hizo inmediatamente después de entrar a Jerusalén sacudió a la ciudad y sus dirigentes religiosos en lo más profundo. Fue al Templo, el lugar más sagrado de la ciudad, y lo limpió. En tiempos de Jesús, el Templo no estaba constituido tan solo de un edificio. Todo el complejo sobre el Monte Moria consistía del pórtico, el atrio de los gentiles que rodeaba al santuario, el atrio de las mujeres y el santuario mismo en el medio. La circunferencia total del precinto sagrado era de alrededor de mil seiscientos metros. Este era el centro del judaísmo. Era el único lugar donde se podía llevar a cabo la adoración a Yahvé. El Templo siempre tenía que ser ritualmente puro. Todo lo que ingresaba tenía que estar ritualmente puro, y todo el que entraba allí, tenía que estar purificado.
Todo era, sin embargo, una fachada de pureza, porque el «corazón» del Templo necesitaba una seria purificación. Había llegado a ser el lugar donde los ricos se enriquecían. Para preservar la «pureza» del Templo, el único lugar en que se podía comprar una ofrenda era en el Templo. El único dinero «puro» que podía ser usado era dinero del Templo hecho de la plata de más alta calidad. Los cambistas engañaban a los adoradores, estableciendo tasas de cambio exorbitantes.
Algunos líderes religiosos eran corruptos y estaban motivados por la ambición. Otros líderes religiosos estaban tan enfocados en ser «puros» y en hacer que el Templo estuviera ritualmente «puro» que habían perdido conexión con las personas reales. Descubrimientos arqueológicos recientes muestran que uno de los vecindarios más acaudalados de Jerusalén era el barrio de los sacerdotes. Muchas de sus casas tenían múltiples baños rituales para garantizar que los sacerdotes no se mezclaran con las personas comunes y de esa manera se tornaran impuros después de sus purificaciones. Los sacerdotes usaban un puente privado que unía sus casas con el Templo.
Al purificar el Templo, Jesús quería que todos los involucrados en esos ejercicios religiosos comprendieran algo extremadamente importante.
ESCRITÓ ESTÁ
La primera cosa que Jesús dijo después de purificar el Templo fue «Escrito está: “Mi casa, casa de oración será llamada”, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones» (vers. 13). Jesús cita a Isaías 56:7. En su contexto original, dice en realidad: «Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones» (Mar. 11:17). El Templo tenía que ser una casa de oración para los gentiles y los judíos.
El santuario, sin embargo, estaba cerrado a los gentiles, y el atrio designado para ellos había sido convertido en un mercado. En efecto, alrededor del santuario, a intervalos regulares había losas de piedra con severas advertencias para que los extranjeros no ingresaran al Templo bajo ninguna circunstancia, so pena de ejecución. El Templo de Dios tenía que ser un lugar donde todos pudieran escuchar las buenas nuevas. No obstante, Israel y sus líderes habían olvidado esa misión.
La siguiente acción de Jesús es aún más asombrosa. Inmediatamente después de haber limpiado el Templo, «se le acercaron ciegos y cojos, y los sanó» (Mat. 21:14). Según la tradición, los ciegos y los cojos no podían acceder a los precintos del Templo. Eran considerados con serios defectos y no aptos para el Templo santo de Dios. Jesús recibe a los imperfectos de este mundo y los sana en el Templo. Jesús no los sanó antes de que ingresaran el Templo; los sanó en el Templo.
El Jesús acogedor espera que sus seguidores se den cuenta de que todos los que viven sobre la tierra son sus hermanos. Somos su familia. Somos llamados a ser las manos compasivas de Cristo, que da la bienvenida y abraza a todos. Es por ello que solo cuando superamos los límites raciales, políticos, religiosos o sociales, entonces, y solo entonces, podemos ser llamados sus seguidores. Eso es lo que significa seguir el ejemplo de Jesús y amar hasta el fin, como lo hizo él.
Es el único camino a seguir.
Oleg Kostyuk siente entusiasmo por conectar la vida y las enseñanzas de Jesús con temas del siglo XXI. Oleg es uno de los creadores de un documental en diez partes sobre el impacto de la vida y las enseñanzas de Jesús, titulado Revolucionario, que se transmite por Hope Channel. Está casado con Julia, que es enfermera. Oleg y Julia lideran viajes de estudio anuales a Israel, organizados por Hope Channel.