Permanezcamos en Cristo
El siguiente mensaje está adaptado de una presentación en la Cumbre de Liderazgo Global en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), realizada el 4 de febrero de 2020. —Los editores.
Alo largo de las edades, aun antes de la creación del mundo, Dios ha requerido fidelidad y lealtad. Pero no la ha exigido. La fidelidad y la lealtad no son forzadas, sino respuestas automáticas a la verdad de salvación de Dios, que rinde los corazones en sumisión completa y humilde a Dios. La fidelidad y la lealtad resultan de una conexión con Dios y el amor por él.
No fue hasta que Lucifer comenzó a dudar de Dios que apareció una deslealtad insidiosa. Desde la caída, la humanidad ha estado atravesada por un elemento de desconfianza y deslealtad. Esto se ha incrementado a medida que Satanás desparrama sus medias verdades y cinismo en el centro mismo de la existencia humana y en la Iglesia Adventista, el pueblo remanente de Dios.
El único remedio para la infidelidad y deslealtad es humillarse ante Cristo, quien encarna la fidelidad y la lealtad a la verdad. La conexión personal y las bendiciones espirituales que acompañanan cuando conocemos
a Cristo, sus enseñanzas, su verdad y su misión, nos inoculan contra el último virus siempre en evolución de la deslealtad y la rebelión. Solo al tener «la mente de Cristo» (Fil. 2:5-8), y al habitar en él como la vida en todo momento (Juan 15:1-8), recibimos, mediante su gracia y el poder del Espíritu Santo, una manera segura de alinearnos del lado divino de la fidelidad y la lealtad.
LLAMADOS A SER FIELES
Somos llamados a ser fieles y leales a Dios, su Palabra, su verdad, su iglesia, su misión y a nuestra designación como discípulos de Cristo y proclamadores de su Palabra. Se requiere de un compromiso total con él al enfrentar los últimos días de la historia de este mundo.
La comprensión historicista y profética de Daniel y Apocalipsis nos dice que la segunda venida de Cristo es inminente. Dentro del marco del mensaje de Dios para el tiempo del fin que la Iglesia Adventista, su pueblo escogido, tiene que dar al mundo, hallamos nuestro lugar de fidelidad a su Palabra y lealtad a su proclamación.
La demostración última de nuestro compromiso personal con la verdad bíblica plena y su comisión de proclamarla se presentará como una oportunidad maravillosa de declarar al mundo y al universo nuestra fidelidad y lealtad.
El pueblo de Dios para el tiempo del fin será probado con la misma prueba que enfrentó Lucifer. En último término, los que sean verdaderos y fieles demostrarán su completa lealtad a Dios, su Palabra, su verdad, su iglesia y su misión. No será una lealtad ciega sino una lealtad profunda y humilde, que no se dejará influir por la corrección política predominante. Dios nos llama a humillar nuestros corazones ante él. Su plena fidelidad y su lealtad no participarán de la confusión multidireccional y exigencias egoístas de los derechos personales y la prominencia. No participará de un relativismo equivocado, egoísta, humanista y existencial, según lo demuestran diversas tendencias, incluidas las de la iglesia emergente.
UN PROPÓSITO FIRME
El pueblo verdadero, fiel y leal de Dios tendrá un solo corazón y propósito nacido de una profunda familiaridad con la Palabra de Dios y las instrucciones del Espíritu de Profecía. El pueblo del movimiento adventista proclamará con santo valor su verdad y la misión celestial de los mensajes de los tres ángeles (Apoc. 14:6-12) y del cuarto ángel (Apoc. 18:1-4), según han sido encomendados a la Iglesia Adventista. Esas características y mensajes prevalecerán en su pueblo, demostrando su lealtad sin filtros ni restricciones.
Esa lealtad es oro puro producido al llevar el mensaje dado por el Testigo Fiel a la iglesia de Laodicea, con completa seriedad (Apoc. 3:14-22). Es el resultado poderoso de una confianza plena y humilde en la conducción del Espíritu Santo, para producir la demostración última de fidelidad y lealtad a Dios.
Elena White escribió: «Pregunté cuál era el significado del zarandeo […] y se me mostró que lo motivaría el testimonio directo que exige el consejo que el Testigo fiel dio a la iglesia de Laodicea. Moverá este consejo el corazón de quien lo reciba y le inducirá a […] difundir la recta verdad. Algunos no soportarán este testimonio directo, sino que se levantarán contra él, y esto es lo que causará un zarandeo en el pueblo de Dios. Vi que el testimonio del Testigo fiel había sido escuchado tan sólo a medias. El solemne testimonio del cual depende el destino de la iglesia se tuvo en poca estima, cuando no se lo menospreció por completo. Ese testimonio ha de mover a profundo arrepentimiento. Todos los que lo reciban sinceramente lo obedecerán y quedarán purificados».¹
Si queremos ver la lluvia tardía en el futuro cercano, tenemos que humillarnos y mirar a Cristo y su justicia plena, para que obre en nosotros su poder de justificación y santificación. Nuestra sumisión a Cristo y la proclamación del testimonio directo de Dios brindará el camino hacia el derramamiento de la lluvia tardía del Espíritu Santo.
EJEMPLOS PODEROSOS
En la Biblia, Dios ha brindado numerosas ilustraciones de seguidores fieles y leales: Job, Abraham, José, Moisés, Josué, Débora, Samuel, Elías, Ester, Pedro, Juan, Pablo, Dorcas y muchos más.
Dios usa demostraciones de deslealtad y falta de respeto para señalar la necesidad de humildad a la hora de servirlo con lealtad. Uno de los relatos más dramáticos cuenta cuando cuarenta y dos jóvenes se burlaron del recién designado profeta Eliseo (2 Rey. 2:23).
Burlarse de otra persona es inapropiado, y mostrar falta de respeto hacia los líderes espirituales es ponerse del lado de los esfuerzos malignos de desestabilizar la iglesia. Por ello, Eliseo confrontó a los manifestantes incrédulos y desleales y pronunció una maldición sobre ellos (vers. 24). Dos osas salieron del bosque y mataron a todos los jóvenes. Aunque las Escrituras no dicen nada más, Elena White sí lo hace.
Escribió ella: «Si Eliseo hubiese pasado por alto las burlas, la turba habría continuado ridiculizándole, y en un tiempo de grave peligro nacional podría haber contrarrestado su misión destinada a instruir y salvar. Este único caso de terrible severidad bastó para imponer respeto durante toda su vida […]. Aun la bondad debe tener sus límites. La autoridad debe mantenerse por una severidad firme, o muchos la recibirán con burla y desprecio. La así llamada ternura, los halagos y la indulgencia que manifiestan hacia los jóvenes los padres y tutores, es uno de los peores males que les puedan acontecer. En toda familia, la firmeza y la decisión son requerimientos positivos esenciales […]. Debe manifestarse reverencia hacia los representantes de Dios: los ministros, maestros y padres que son llamados a hablar y actuar en su lugar. El respeto que se les demuestre honra a Dios».²
La fidelidad, la lealtad y el respeto mutuo de parte de jóvenes y ancianos son señales de nuestra conexión directa con Dios, según lo demostramos en los elementos espirituales vitales de transparencia, integridad, fidelidad, rendición de cuentas y lealtad.
Reconozcamos plenamente nuestra necesidad de Cristo y su justicia plena para formar caracteres en su semejanza. Que entonces podamos ser fieles y leales a Dios y su iglesia, al ingresar a los últimos días de la historia de este mundo con un sentido de urgencia para proclamar los mensajes de los tres ángeles y el pronto regreso de Cristo.
¹ Elena G. White, Primeros escritos (Mountain View, Cal.: Pacific Press Pub. Assn., 1962), p. 270.
² Elena G. White, Profetas y reyes (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1957), pp. 177, 178.