Más de novecientas cincuenta personas participaron en la carrera de diez mil metros que organizó un grupo de jóvenes con el fin de recaudar fondos para una feria de salud.
Una carrera de diez mil metros fue exactamente lo que nuestro grupo de jóvenes adventistas necesitó para ayudarnos a establecer una iglesia en Quito, la capital de Ecuador.
La idea se originó en mi casa, donde un grupo de amigos adventistas de reunía periódicamente. Queríamos hacer más que tan solo alimentarnos de nuestras propias experiencias. Así fue que decidimos establecer una iglesia en una zona no alcanzada de la ciudad.
Nuestro intento inicial de compartir a Jesús en la comunidad no tuvo éxito. Golpeamos puertas y preguntamos si querían estudiar la Biblia con nosotros. Fue una mala idea; nos dijeron: «Ni los conocemos». «¿Quiénes son?» «¿Qué quieren?» Nos reunimos otra vez a orar sobre cómo conectarnos mejor con las personas. Decidimos hacer una encuesta para determinar las necesidades, y descubrimos que muchos de ellos tenían problemas de salud.
Decidimos organizar una feria de salud con consultas médicas y análisis gratuitos. El problema era que necesitábamos unos tres mil dólares, y no teníamos ese dinero.
Cada miércoles, nuestro grupo salía a trotar. Una semana, mi madre sugirió que usáramos esa actividad semanal para recolectar fondos. «Pueden organizar una carrera –dijo– y cobrar una pequeña inscripción». Nos gustó la idea, por lo que nos pusimos a planificar la actividad.
Más de novecientos cincuenta per- sonas participaron de la carrera, lo que nos brindó el dinero que necesitábamos para llevar a cabo la feria de salud y alquilar un edificio donde reunirnos con un nuevo grupo de creyentes. La feria de salud y otros programas comunitarios produjeron amistades, estudios bíblicos y personas que comenzaron a asistir al grupo cada sábado de mañana.
Junto a la iglesia hay una panadería, cuyos dueños son Noemí y Miguel. En ocasiones, durante la semana, algunos pasaban a comprar algo allí. Cierto día, Noemí preguntó por la iglesia. Los
jóvenes la invitaron a estudiar la Biblia. A medida que su fe crecía, comenzó a orar para que Miguel la acompañara. Al comienzo él no mostró interés, pero después de unos meses, como regalo de cumpleaños, aceptó acompañar a su esposa, pero solo por ese sábado.
«Mi primera impresión fue que no conocía a nadie, pero todos me conocían a mí –cuenta Miguel–. Sentí mucho amor». Miguel quiso aprender más, por lo que él y Noemí solicitaron estudios bíblicos. Con el tiempo, entregaron sus corazones a Cristo y fueron bautizados.
«Es un cambio radical –dice Miguel–. Solíamos tener muchos problemas, pero ahora es diferente. Estudiamos juntos, vamos a la iglesia, cantamos y oramos a Dios».
La familia de Miguel y Noemí es tan solo un ejemplo de los que han llegado a conocer el amor de Jesús, y están entusiasmados por compartir lo que han aprendido.
Unas diez personas han sido bautizadas como resultado del establecimiento de la nueva iglesia. Oramos para que nuestros esfuerzos sigan esparciendo el amor de Dios en toda la comunidad.