Los médicos del Hospital de Niños de Loma Linda brindaron el mejor cuidado posible en circunstancias calamitosas.
El primer encuentro de Blanca Rodríguez con su hija Jade estuvo obstaculizado por un barbijo, una incubadora, unos tubos y unos cables. Para ambas, su primera interacción estuvo muy lejos de ser ideal, pero solo unas semanas antes habían estado luchando contra la COVID-19.
Jade, nacida de forma prematura por una cesárea de emergencia, ahora está bajo el cuidado vigilante de médicos y enfermeras de la UCI neonatal del Hospital de Niños del Centró Médico de la Universidad de Loma Linda, en Loma Linda, California, Estados Unidos. Su madre la visita regularmente, la alza y le habla para formar un vínculo con ella. Blanca, quien durante su permanencia en el hospital tuvo que enfrentarse a una intensa dificultad respiratoria y ser inducida a un coma, ahora está en casa después de estar aislada durante semanas en el hospital, con COVID-19.
“Sé que pasará mucho tiempo hasta que pueda traer a mi bebé a casa, pero si esto la mantendrá a salvo, puedo esperar”, dijo Blanca. “La COVID-19 no es broma, especialmente para las madres embarazadas y los bebés. Casi me mata. Estoy muy agradecida a la gente de Loma Linda. ¡Estoy tan agradecida por mi vida y por la vida de mi hija!”
La mamá, de 32 años, de Adelanto, California, llevaba 28 semanas de embarazo el 24 de julio de 2020, cuando fue llevada urgentemente al Hospital de Niños de la Universidad de Loma Linda con serios problemas en el tracto respiratorio superior y dificultad para respirar.
Los médicos, tanto del equipo de UCI como del equipo de Obstetricia, comenzaron a tratar a Blanca por síntomas similares a los de una neumonía grave, hasta que dio positivo en COVID-19. Blanca también había desarrollado el síndrome de dificultad respiratoria aguda, por el cual el líquido se acumula en los pulmones. El síndrome tiene una tasa de mortalidad del 50 % en mujeres embarazadas. Blanca seguía empeorando y necesitaba cada vez más oxígeno para combatir su trabajosa respiración.
Cuando Kanwaljeet Maken, una especialista en cuidados intensivos del Centro Médico de la Universidad de Loma Linda la vio por primera vez, Blanca apenas respiraba por sus propios medios y necesitaba asistencia respiratoria.
“El día en que comencé a atenderla, recuerdo que pensé que la situación era muy preocupante”, señaló Maken. “Hubo muchísimos momentos en que creí que ella no sobreviviría”.
Courtney Martin, directora médica del servicio de maternidad del Hospital de Niños de la Universidad de Loma Linda, dijo que tres días después de que Blanca fuese admitida, fue claro para ella, para Maken y para los demás miembros del equipo de UCI que el cuerpo de Blanca estaba fallando. Sus pulmones no podían soportar el esfuerzo y el agotamiento de sus intentos por respirar, y su sistema inmunitario no tenía las fuerzas suficientes para luchar contra la enfermedad y sostener la vida de su bebé.
“La mayor dificultad era que estábamos lidiando con dos vidas en vez de una”, expresó Martin. “La bebé aún era demasiado prematura como para el parto, pero Blanca no se estaba estabilizando”.
Blanca tuvo que ser intubada y conectada a un respirador. De esta forma, los médicos esperaban darle a su cuerpo la oportunidad de descansar, recuperarse, y darle a la bebé tiempo para crecer. Minutos antes de ser intubada, en un mar de lágrimas, Blanca se despidió de su familia por FaceTime. Nadie sabía qué depararían las próximas semanas, días o incluso horas, pero era bastante seguro que la batalla de Blanca sería cuesta arriba.
El equipo de UCI indujo a Blanca a un coma, la intubaron y comenzaron a trabajar para que mejorara el ingreso de oxígeno a su cuerpo. Sin embargo, en un par de horas, la bebé de Blanca comenzó a perder oxígeno y entró en situación de emergencia.
Los médicos se esforzaron por coordinar una cesárea de emergencia para salvarle la vida a la bebé. Casi 25 personas, incluidos médicos y enfermeras de los equipos de UCI neonatal, UCI, parto y anestesia se amontonaron en una sala de UCI para que la bebé de Blanca pudiera salir mientras mantenían a Blanca, que seguía en coma, viva.
Jade nació en las primeras horas de la mañana del 27 de julio. Aunque no tenía COVID-19, tanto ella como su mamá estaban en estado crítico. Después de la cesárea, Blanca recibió tratamiento antiviral, esteroides, oxígeno, plasma convaleciente y antibióticos por varios días. Jade fue conectada a un respirador en la UCI neonatal.
“La recuperación completa de Blanca no estaría nada lejos de ser un milagro”, mencionó Maken.
Al pasar los días, el milagro continuó desarrollándose. Para el 2 de agosto, aunque Blanca aún tenía 38,8 °C de fiebre, su respiración estaba mejorando y su conducta y porte reflejaban más optimismo; incluso intentaba reírse. Ese mismo día, Maken tomó la decisión de desconectar a Blanca del respirador.
Blanca fue dada de alta el 6 de agosto y finalmente pudo reunirse con su familia después de semanas de aislamiento y separación. Dijo que anhela llevar a Jade a casa cuando los médicos digan que está lista.
La versión original de esta historia fue publicada en el sitio web de noticias del Centro Médico de la Universidad de Loma Linda.