Cómo comenzó el apoyo organizado al ministerio del evangelio
Los que están familiarizados con la historia adventista recordarán que los pioneros adventistas adoptaron un plan financiero de contribución conocido como «Benevolencia Sistemática», un precursor de la práctica actual de diezmar.
A los ministros adventistas sabatistas como John N. Loughborough y John N. Andrews les costaba sostenerse financieramente mientras viajaban para predicar el evangelio. A medida que algunos ministros abandonaban la obra desanimados, nuestros pioneros se dieron cuenta rápidamente de la gravedad de la situación.
UN SISTEMA CORRECTIVO
Para corregir el agotamiento ministerial y facilitar la predicación del evangelio, en 1859, los líderes de la iglesia adoptaron un plan conocido como Benevolencia Sistemática. Al hablar sobre la herencia adventista, los historiadores enfatizan que el sistema adventista de diezmos se encuentra arraigado en el apoyo financiero de los ministerios que predican activamente el evangelio. Esa narrativa «estándar», sin embargo, es verdad solo hasta cierto punto. Uno de los principios paralelos que tiene nuestro sistema de diezmos ha sido lamentablemente olvidado, al menos al repasar nuestra historia.
Según el historiador religioso James Hudnut-Beumler, muchos cristianos de los Estados Unidos comenzaron a pro-mover la benevolencia sistemática a mediados del siglo XIX. Esta práctica estaba arraigada en «dos grandes propósitos que Dios había colocado ante la humanidad: cuidar de los pobres y esparcir el evangelio».¹ Los líderes adventistas eran conscientes de esos propósitos y, después de estudiar cuidadosamente el tema, adoptaron formalmente la Benevolencia Sistemática en el Congreso de la Asociación General llevado a cabo en Battle Creek (EE. UU.) en junio de 1859.
Al igual que sus contemporáneos no adventistas, los adventistas enfatizaron que ese nuevo plan haría sistemática la misión de la iglesia mediante una atención específica en «los dos grandes objetos» de la benevolencia: el apoyo financiero y material para individuos, ancianos, viudas, ministros y misioneros pobres.
LA INICIATIVA EL BUEN SAMARITANO
Durante el verano de 1859, Elena y Jaime White emprendieron una nueva iniciativa de publicaciones para promover los principios de la benevolencia sistemática. La nueva publicación se tituló El Buen Samaritano. Desafortunadamente, se conocen solo tres números. El primero es uno de los que falta, pero es probable que haya aparecido en agosto de 1859, alrededor de un mes después de que los adventistas adoptaron oficialmente la Benevolencia Sistemática.
Esta publicación trimestral promovía el nuevo plan de contribución financiera y fue «publicado casi totalmente en relación con la asistencia para aliviar a los necesitados y angustiados», bajo el lema de su cabecera: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mat. 22:39).² El Buen Samaritano recibió prestamente el apoyo durante una reunión en Battle Creek el 7 de agosto de 1859, y se designó una comisión «para recibir donaciones de dinero o prendas de vestir para los pobres». Esa comisión estaba compuesta totalmente por mujeres, e incluyó a Harriet Smith, Ann Kellogg y Huldah Godsmark.
En efecto, las mujeres fueron la fuerza que impulsó esta nueva práctica (que acaso por ello llegó a ser conocida como «Hermana Betsy» en los círculos adventistas), y la primera acción de esa comisión fue la de designar a cuarenta y ocho agentes –todas mujeres– en cada estado con presencia adventista para recaudar dinero y prendas de vestir para ministros y laicos necesitados.
Elena White, editora de facto de la publicación, informó y publicó personalmente las acciones de la comisión en el segundo número de El Buen Samaritano, que apareció en diciembre de 1859.³
En los siguientes meses, Elena y Jaime White «abogaron por la causa de los necesitados», «reforzaron su llamado a otras personas», y «dieron el ejemplo al dar mayormente ellos mismos». Sus acciones inspiraron a otros para que fomentaran los principios paralelos de la benevolencia sistemática.
Abigail Palmer, de Jackson (Míchigan), por ejemplo, compró una libreta para que «cada miembro de la familia, o iglesia», pudiera registrar sus donaciones para «las viudas, los huérfanos y los pobres de entre los guardadores del sábado».
Cuando Lois Richmond leyó por primera vez El Buen Samaritano, lloró, porque creía que ese era el plan de Dios para su iglesia. Richmond también era pobre, pero aun así, se convenció de que podía contribuir a la causa. Lo hizo organizando a un grupo de adultos y niños que dedicaron unas tres horas por semana para tejer sombreros de paja que pudieran ser vendidos y así comprar «ropas para los pobres y los necesitados». En menos de un mes, el grupo de tejido de Richmond recolectó «poco más de cuatro dólares en dinero y prendas de vestir» que fueron enviados a Elena White para que los distribuyera entre los menos privilegiados y los oprimidos.⁴
El Buen Samaritano fue publicado aparentemente con cierta periodicidad hasta comienzos de 1861. En marzo de ese año, Jaime White lamentó que no se había enviado suficiente material para publicarlo, y que era práctico hacerlo solo de vez en cuando. Después del comienzo de la Guerra Civil en abril, se hizo aún más difícil apoyar tres publicaciones periódicas adventistas. El último número conocido de El Buen Samaritano apareció en junio de 1861.
UN SISTEMA CONTINUADO
La benevolencia sistemática, sin embargo, no murió junto con la publicación. Los pioneros adventistas siguieron enfatizando y actuando sobre los principios paralelos cuando la iglesia se organizó y continuó creciendo.
Hoy día, muchos adventistas han olvidado que nuestro sistema de diezmos se desarrolló a partir de una compasión colectiva por los pobres, las viudas, los huérfanos y los ancianos, así como en apoyo a los ministros y misioneros. Esos principios paralelos son lo que hacen que nuestra misión sea sistemática, una misión de benevolencia compasiva que sirve tanto al cuerpo como al alma.