¿Realmente creemos que Dios está al control de nuestro futuro?
¡Qué año de desafíos inesperados! La COVID-19 nos forzó a cambiar la forma en que vivimos y trabajamos. El impacto global, las escenas apocalípticas de lobreguez y fatalidad, la pérdida de vidas y la inestabilidad en la economía y en la política alimentaron nuestros miedos.
Lamentablemente, muchos se han sumado a la teoría conspirativa popular y han creado un abanico de hipótesis especulativas sobre el futuro.
En los últimos tres meses, los cuestionamientos que he recibido acerca de los eventos de los últimos días me llevaron a preguntarme si realmente creemos que Dios está al control de nuestro futuro o simplemente en la imaginación de las suposiciones especulativas. Las redes sociales están llenas de temas que parecen tener la intención de asustar a las personas. Se usan citas de los escritos de Elena de White fuera de contexto para fundamentar conjeturas personales.
Estas preguntas me desafiaron a examinar la esencia o el propósito de la voz profética, tanto desde una perspectiva bíblica como desde la voz inspirada e inspiradora de los escritos de Elena de White.
La perspectiva bíblica
La Biblia describe un propósito específico para la voz profética.
En primer lugar, la voz profética brinda una senda de enfoque seguro, inspirador, que nutre nuestra vida espiritual. Imparte consuelo, ánimo y esperanza asegurada en la veracidad del mensaje profético (1 Cor. 14:3; 2 Ped. 1:19).
En segundo lugar, la esencia o el corazón de la voz profética revela la vista panorámica de los actos salvíficos divinos por medio de Jesús. Aleja la mente humana del miedo a los eventos suscitado por la fantasía de las diversas interpretaciones. En lugar de eso, dirige la atención al evento culminante: el evento mesiánico (1 Ped. 1:10-12).
En tercer lugar, ofrece un marco para un cambio transformador, que motiva a los creyentes a recuperar la profundidad del incomprensible amor y cuidado de Dios, cuando nuestra vida se torna difícil y no podemos ver a Dios obrando (1 Ped. 1:18-21; Isa. 40:9-11).
¡Con razón la convicción de Pedro sobre la firmeza de la voz profética va más allá del marco de las ideas especulativas! “Cuando les dimos a conocer la venida de nuestro Señor Jesucristo en todo su poder, no estábamos siguiendo sutiles cuentos supersticiosos, sino dando testimonio de su grandeza, que vimos con nuestros propios ojos” (2 Ped. 1:16, NVI). El relato de Pedro reafirma la fiabilidad de las promesas inquebrantables de Dios.
Comentando sobre el propósito de la intención comunicadora de Dios en Heb. 1:1-3, el teólogo F. F. Bruce declara: “Si Dios hubiese permanecido en silencio, envuelto en densa oscuridad, el sufrimiento de la humanidad hubiese sido realmente desesperado; pero ahora él ha hablado su palabra reveladora, redentora y dadora de vida, y en su luz vemos la luz”.1 Él amplía aún más al decir que “la revelación divina es, por tanto, vista como algo progresivo, pero la progresión no se da de menor verdad a mayor verdad, de menor dignidad a mayor dignidad, o de menor madurez a mayor madurez. […] La progresión se da de una promesa al cumplimiento”.
La participación divina en la vida humana abarca el desarrollo global de la promesa mesiánica dada a Adán y Eva en el contexto del miedo y la confusión (Gén. 3:15). Al tocar el polvo de la vida humana, Dios otorgó consuelo y aliento que fluían de su presencia tranquilizadora y de la esperanza implícita en la promesa mesiánica. El propósito constante de las voces proféticas le recordaba al pueblo la veracidad de la promesa divina y los desafiaba a adoptar la perspectiva visionaria de la esperanza profética (Isa. 42:5-7). Llegó un momento cuando, por medio de Jesús, Dios tocó el polvo de la vida humana nuevamente para impartir consuelo, ánimo y esperanza. No es difícil entender, entonces, que en el contexto de la promesa de su regreso (Juan 14:1-3) Jesús dijera: “La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden” (Juan 14:27, NVI).
Es muy fácil perder el enfoque en el elemento central de la fe cristiana; es decir, en la plena riqueza de la profundidad espiritual integrada en Jesús, el Mesías prometido (2 Ped. 1:3, 4).
La historia de Jesús es el eje del consuelo, del ánimo y de la esperanza cristiana. Es allí que uno se encuentra con la esencia de la voz profética, que revela una vista panorámica de los actos salvíficos divinos. La historia mesiánica aleja la mente humana del miedo a los eventos suscitado por la fantasía de las diversas interpretaciones. En lugar de eso, nos desafía a recuperar la profundidad del incomprensible amor y cuidado de Dios por nosotros, que suavamente nutre nuestra fe en los momentos en que la vida se torna difícil. Esa voz sigue recordándole a la iglesia la veracidad del prometido retorno de Jesucristo (Heb. 10:35-37), arraigado en la autoridad confiable de la Biblia (2 Tim. 3:16; 2 Ped. 1:16, 17).
La perspectiva de Elena de White
¿Por qué era conveniente que Dios levantara una voz profética en el siglo XIX? ¿Cuán relevante es esa voz para la actual travesía de fe?
Elena de White entendía claramente la esencia de su voz profética. En 1901 escribió: “El Señor desea que estudiéis vuestras Biblias. Él no ha dado ninguna luz adicional para tomar el lugar de la Palabra”.2 Además, ella entendía su relación con la autoridad de la Biblia. “El Espíritu no fue dado —ni puede ser jamás otorgado— para invalidar la Biblia; pues las Escrituras declaran explícitamente que la Palabra de Dios es la regla por la cual toda la enseñanza y toda manifestación religiosa debe ser probada”.3
Su voz animó al movimiento a sumergir las experiencias y manifestaciones en el poder de la Palabra de Dios. “He sentido la necesidad de animar a todos a buscar en las Escrituras por ellos mismos para que puedan conocer la verdad, y puedan discernir más claramente la compasión y el amor de Dios… Hay una gran verdad central que debe ser tenida siempre en mente al escudriñar las Escrituras: Cristo, y éste crucificado”.4
Su voz moldeó un marco motivador e inspirador del propósito diseñado por Dios para la vida cristiana. Llamó al deambulante movimiento a vivir una vida espiritual relacional, anclada en las enseñanzas de Jesús, y a demostrar al mundo el impacto transformador de la gracia divina.
Por último, su énfasis en el amor de Dios y en la veracidad de sus promesas tenía el objetivo de inspirar una vida espiritual misional.
En el contexto de su comprensión progresiva del amor incondicional de Dios por el mundo, expresado por medio de Jesús, Elena de White amplió la visión de la misión. Fue más allá de la proclamación de doctrinas específicas distintivas. Desde aproximadamente el 1900, Elena de White llamó a un involucramiento total en la misión “no meramente por la predicación sino por actos de un ministerio amante”.5 El desafío a un involucramiento completo era un llamado a pastores, médicos, enfermeras, maestros, estudiantes y personas de todas las profesiones y condiciones sociales a compartir el conocimiento de Jesús.6
La voz profética de Elena de White se concentra en Jesús y brinda una perspectiva de la aplicación práctica de la fe. “La obra que Cristo vino a hacer a nuestro mundo no era la de crear barreras y lanzar constantemente a las personas la realidad de que estaban erradas. Aunque era judío, se mezclaba libremente con los samaritanos, desechando las costumbres farisaicas de su nación. Al enfrentarse a sus prejuicios, aceptó la hospitalidad de estas personas despreciadas. Durmió con ellas bajo su techo, comió con ellas a su mesa, compartió la comida preparada y servida por sus manos, enseñó en sus calles, y las trató con la mayor bondad y cortesía”.7
Su voz desafía a la iglesia a alejarse de las hipótesis acerca del futuro, que parten de una respuesta reaccionaria a los eventos actuales. En cambio, llama al movimiento a recobrar el poder de la gracia transformadora de Dios, a mantener una confianza incondicional en sus promesas infalibles y a esperar su regreso con plena confianza. “Así que no pierdan la confianza, porque esta será grandemente recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. Pues dentro de muy poco tiempo, ‘el que ha de venir vendrá, y no tardará’ ” (Heb. 10:35-37, NVI). Además, su voz resalta que en “el tiempo de confusión y angustia que tenemos por delante, un tiempo de angustia tal como nunca se ha visto desde que hubo gente en la tierra, el Salvador levantado se presentará a la gente en todas las tierras para que todos los que miren hacia él con fe tengan vida”.8
La versión original de este comentario fue publicada por Adventist Record.