Un artista y fotógrafo reflexiona en el rol que la educación adventista cumple en la formación de la fe.
Hace poco encontré algo que llamó mi atención en las redes sociales. Era una imagen en que Paola Pérez, una madre adventista, compartía una foto de su pequeña hija en el momento de oración con su maestra, por celular.
Al pie de la foto ella había escrito: “La razón por la cual mis hijos asisten a la escuela adventista es que brinda una educación integral, lo cual es muy importante para una sociedad que pierde sus valores cada día, y que es una escuela comprometida con Dios y con la sociedad, que capacita líderes en valores éticos y morales que se aferran a la verdad con fuerza, valentía y gracia”.
Al leer ese texto y percibir la convicción que esta madre sentía al compartir sus razones para enviar a su hija a una escuela adventista, mi corazón se llenó de gozo. Reafirmó lo que mi madre siempre creyó: la educación adventista hace la diferencia.
Ahora es que puedo ver con más claridad los resultados de los constantes esfuerzos de mi madre por ayudarme a crecer espiritualmente. La Biblia misma se convirtió en su guía al ordenarle: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Prov. 22:6, RVR1960).
Inspirado y conmovido por esto, contacté a los padres de la niña y les pedí permiso para usar esta imagen como un modelo para crear una obra de arte. Comencé a trabajar en una imagen que mostrara cómo los esfuerzos de los padres y la dedicación de los maestros ayuda a los niños a disfrutar de una experiencia educativa basada en el conocimiento general y en las experiencias de vida. Aquellas experiencias de vida permanecerán con ellos para siempre y los harán mejores personas en el futuro y en el servicio a la humanidad.
Muchos momentos de mi niñez pasaron fugazmente por mi mente. Recordé cuando tenía seis años, en la escuela adventista de Tuxtla Gutiérrez en Chiapas, México. Cada mañana, los maestros oraban por nosotros. Sus pedidos y agradecimientos eran parte de nuestro devocional matutino, lo que nos daba un sentido de pertenencia y confianza al saber que alguien estaba atento y dispuesto a escuchar nuestras preocupaciones, sin importar cuán pequeñas parecieran ser.
Nuestra escuela se convertía en una verdadera familia, donde los compañeros se convertían en hermanos y hermanas por los cuales nos preocupábamos personalmente y por los cuales orábamos. Lo mismo sucedía con nuestros queridos maestros, que cuidaban de nosotros, nos reprendían cuando nos portábamos mal, y con amor nos ayudaban a ser mejores. Todo esto dejó una impronta indeleble que, sin duda, comparto con muchos otros que han experimentado cómo los padres y maestros deciden confiar en la educación adventista. Es una educación que nos enseña valores para un viaje indudablemente difícil y complejo.
El privilegio de haber asistido a una escuela adventista en primer lugar me llena de gratitud a Dios y a mi familia, y a las personas que a lo largo de ese viaje me ofrecieron su ayuda, palabras de ánimo y un brazo sobre el cual apoyarme. Quiero compartir la imagen con cada uno de ellos y dejarles este pensamiento: cuando le permites a Dios que te dirija en tu camino, que guíe tus planes y tu vida, te conviertes en un poderoso instrumento en su servicio.
Daniel Gallardo es un artista y fotógrafo que reside en México.
La versión original de esta historia fue publicada en el sitio web de noticias de la División Interamericana.