No tenemos nada que temer
Parecía que todo había cambiado de la noche a la mañana. Lo que antes era seguro, ya no lo era. Los amigos de confianza se habían vuelto traidores. Si él no renunciaba a sus creencias más estimadas, el resultado seguramente sería la muerte. Es lo que le sucedió a Thomas Hawkes, un hombre bondadoso y sincero, amado y respetado por todos los que lo conocían.
Hawkes, un entusiasta estudioso de la Biblia, tuvo la fortuna de vivir cuando era posible leer la Biblia en su lengua materna, el inglés. Solo unas décadas antes, el gran erudito y reformador inglés William Tyndale había traducido gran parte de la Biblia al idioma inglés, abriendo un sendero para que la verdad bíblica llegara a más personas que nunca antes. Con esa iluminación llegó la reforma, la Reforma Protestante, a las Islas Británicas.
No obstante, los tiempos eran inciertos a mediados del siglo XVI en Inglaterra, y una vez que la Reina María (conocida como «María la Sanguinaria») ascendió al trono, muchos que se rehusaron a renunciar a la fe protestante fueron martirizados.
Durante esos tiempos angustiosos, Hawkes no adoptó la religión católica impuesta por el Estado, sino que se rehusó a asistir a misa y habló en contra del régimen religioso. Cuando nació su hijo, Hawkes se negó a que el infante fuera bautizado en la fe católica. Este fiel hombre fue citado en numerosas ocasiones para responder por sus creencias bíblicas ante el obispo de Londres, Edmund Bonner, conocido por su crueldad hacia los «herejes».
Después de sufrir en una prisión fría y húmeda durante meses, Hawkes recibió una última oportunidad de retractarse. Por el contrario, le replicó al arrogante obispo: «No, mi señor, que no lo haré, porque si tuviera cien cuerpos, sufriría que todos ellos fueran destrozados antes que […] retractarme».1
UNA SEÑAL
Condenado a morir en la hoguera, Thomas Hawkes pasó sus últimos días en prisión recibiendo a sus amigos y familiares, muchos de los cuales enfrentarían una suerte similar. Impresionados por la determinación de Hawkes, le preguntaron si, mientras las llamas lo rodearan, indicaría «si la fe y la esperanza cristianas eran más fuertes que el fuego devorador».2 Thomas acordó que daría una señal si ese fuera el caso.
Pronto llegó el día. Thomas se mostró calmo mientras lo llevaban entre la multitud que se burlaba y lo abucheaba, esperando presenciar la quema del «hereje». Estaba atado a la hoguera con una fuerte cadena que le cruzaba por el medio y, después de hablar con los reunidos y derramar su corazón a Dios, se encendió el fuego.
El Libro de los mártires de Fox describe la escena: «Cuando había continuado en él [el fuego], y sus palabras desaparecieron por la violencia de las llamas, su piel se descorrió y sus dedos se consumieron […], de manera que se pensó que se había ido, repentinamente, y en contra de toda expectativa, este buen hombre, siendo consciente de su promesa, levantó sus manos ardientes en llamas por sobre su cabeza hacia el Dios viviente, y según pareció con gran regocijo […], aplaudió tres veces. Un gran grito siguió a esa maravillosa circunstancia, y entonces, ese bendito mártir de Cristo, hundiéndose en el fuego, entregó su espíritu, el 10 de junio de 1555».3
¿Cómo fue que Hawkes, y otros millones como él, pudieron enfrentar las circunstancias más temibles con paz y determinación? ¿Y cómo podemos hoy, aunque no tengamos que enfrentar la hoguera, aproximarnos al futuro incierto con esperanza, confianza y perfecta paz?
NADA NUEVO
El temor no es nada nuevo. Ya allá en el Jardín del Edén, vemos que Adán y Eva se escondieron, aterrados de que los vieran. Cuando Dios llamó a Adán diciéndole: «¿Dónde estás tú?», escuchamos que Adán respondió: «Oí tu voz en el huerto y tuve miedo, porque estaba desnudo; por eso me escondí» (Gén. 3:9, 10).
Adán tuvo miedo porque estaba «desnudo»: no solo expuesto físicamente, sino desnudo en el sentido de que había perdido la conexión pura con Dios. Estar expuesto al pecado había robado a Adán y Eva su inocencia y paz.
«Todo lo que ganaron los transgresores fue el conocimiento del mal, la maldición del pecado –escribió Elena White–. En la fruta no había nada venenoso y el pecado no consistía meramente en ceder al apetito. La desconfianza en la bondad de Dios, la falta de fe en su palabra, el rechazo de su autoridad, fue lo que convirtió a nuestros primeros padres en transgresores, e introdujo en el mundo el conocimiento del mal».4
El temor es una parte natural de vivir en este mundo de pecado, pero cuán a menudo es producto de desconfiar de la bondad de Dios, de descreer de su Palabra y de rechazar su autoridad. A pesar de ello, a lo largo de la Biblia, Dios nos dice: «No temas».
«Decid a los de corazón apocado: “¡Esforzaos, no temáis! He aquí que vuestro Dios viene […]; Dios mismo vendrá y os salvará”» (Isa. 35:4).
«Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo […] “No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú”» (Isa. 43:1).
«Tierra, no temas; alégrate y gózate, porque Jehová hará grandes cosas» (Joel 2:21).
En el Nuevo Testamento, vemos que un visitante celestial les dice a un grupo de pastores asustados: «No temáis, porque yo os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo» (Luc. 2:10).
Jesús nos asegura: «Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos» (Luc. 12:7).
En el libro del Apocalipsis, vemos que Jesús toca a Juan con su mano derecha, asegurándole: «No temas. Yo soy el primero y el último, el que vive. Estuve muerto, pero vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades» (Apoc. 1:17, 18).
CONOCEMOS EL FIN
Durante los últimos meses hemos visto cambios rápidos y masivos en todo el mundo. Parece que casi cada país de la tierra se ha visto afectado por esta pandemia del coronavirus. Aún están revelándose las consecuencias financieras y otras implicaciones. La gente tiene miedo. Nadie sabe con exactitud qué nos deparará el futuro, si bien la profecía predice que las cosas empeorarán, antes de que mejoren, y mucho.
Es ese «mucho» lo que nos da esperanza. Es el cuadro completo –el conflicto cósmico que está ahora en curso– y saber cómo terminará todo nos ayuda a seguir firmes por la fe. Jesús nos asegura que él estará con nosotros en medio del fuego, en medio de la tormenta, no importa qué enfrentemos, para que podamos decir con confianza: «En el día que temo, yo en ti confío. En Dios […] he confiado. No temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre?» (Sal. 56:3, 4).
Y hay más, porque nosotros podemos, mediante nuestro ejemplo, alentar a los demás para que tengan fe y valor, sabiendo que la esperanza y la fe cristiana son más fuertes que cualquier fuego ardiente y devorador.
1 «Thomas Hawkes, Coggeshall martyr», Local Heroes, Coggeshall Museum, www.coggeshallmuseum.org.uk/localhero.htm
2 Elena White, Testimonios para la iglesia (Doral, Fl.: Asoc. Publ. Interamericana, 2003), t. 1, p. 568.
3 John Foxe, Foxe’s Book of Martyrs, p. 222, www.gutenberg.org/files/22400/22400-h/22400-h.htm
4 Elena White, La educación (Buenos Aires: Asoc. Casa Editora Sudamericana, 1998), p. 25. (La cursiva es mía).
Ted N. C. Wilson es presidente de la Iglesia Adventista mundial. Se pueden consultar artículos y comentarios adicionales en Twitter: @pastortedwilson, y en Facebook: @Pastor Ted Wilson.