La decisión de salir de las ciudades es una cuestión individual (y familiar). No es algo que imponer a los demás.
¿Ha llegado la hora de hacerlo?
Cuando Dios creó a Adán y Eva, los colocó en el Edén y los bendijo con las palabras: «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla» (Gén. 1:28). Ese jardín era «una representación de lo que Dios deseaba que llegara a ser toda la tierra».1
Después de la caída, la población de la tierra creció significativamente, y las ciudades comenzaron a florecer. Bajo la conducción divina, Josué repartió los asentamientos de Canaán entre las tribus israelitas (Jos. 13-21). Jerusalén terminó convirtiéndose en el centro religioso de Israel y en la ciudad sobre la cual el Señor colocó su propio nombre (2 Sam. 7:13; 2 Rey. 21:4). Dios mismo es el «arquitecto y constructor» de la Nueva Jerusalén (Heb. 11:10; Apoc. 21:2, 10), que será «nuestro lugar de descanso».2
¿Qué decir de las ciudades de nuestro tiempo del fin? ¿Cómo deberíamos relacionarnos con ellas? Al buscar en la Biblia y los escritos de Elena White, uno nota una tensión intrigante entre vivir en las ciudades y salir de ellas. Reflexionemos brevemente analizando esta tensión.
VIVIR EN LAS CIUDADES
La Biblia menciona a personas fieles que vivieron en las ciudades. José, por ejemplo, fue primer ministro de la corte de faraón, y tiene que haber vivido en la capital del país (Gén. 41:44; 44:4). Daniel y sus amigos sirvieron en la corte de Babilonia (Dan. 2:49; 6:1-3). Como misionero itinerante, Pablo iba de ciudad en ciudad (Hech. 20:18-24), y finalmente pasó dos años enteros en una casa alquilada en Roma (cf. Hech. 28:16, 30).
Jesús les dijo a sus discípulos que Jerusalén sería destruida, y que finalmente tendrían que huir (Luc. 21:20, 21). No salieron de la ciudad para favorecer su vida espiritual. Por el contrario, permanecieron allí y predicaron el evangelio con tanta convicción que aun el sumo sacerdote reconoció: «Habéis llenado Jerusalén de vuestra doctrina» (Hech. 5:28). Solo la persecución severa expulsó a muchos de la ciudad, llevándolos a predicar el evangelio en otras regiones (Hech. 8:1, 4).
A la luz de los eventos finales, no hay excusa para que hoy tengamos menos valor y actuemos de manera menos deliberada. Elena White declaró en 1888: «La gran obra de evangelización no terminará con menor manifestación del poder divino que la que señaló el principio de ella […]. Vendrán siervos de Dios con semblantes iluminados y resplandecientes de santa consagración, y se apresurarán de lugar en lugar para proclamar el mensaje celestial».3
Elena White llamó incluso a las familias a trabajar en las ciudades. En 1892 escribió: «Muchos en Estados Unidos podrían mudar a sus familias a diferentes pueblos y ciudades y allí levantar el estandarte de la verdad».4 En 1908, animó a las personas a que se mudaran de las ciudades, aunque reconoció que «algunos tienen que permanecer en las ciudades para dar la última nota de advertencia».5 En 1910 añadió: «No es tiempo de colonizar. De ciudad en ciudad hay que llevar rápidamente a cabo la obra».6
SALIR DE LAS CIUDADES
La Biblia también menciona a familias que se trasladaron de las ciudades a zonas remotas. Abraham y su familia, por ejemplo, pasaron de Ur de los Caldeos a Canaán (Gén. 11:31; 12:1-4). Lot y sus dos hijas dejaron Sodoma y habitaron en los montes cercanos a Zoar (Gén. 19:15-17, 30). Siguiendo la advertencia de Cristo (Luc. 21:20, 21), los cristianos que vivían en Jerusalén dejaron la ciudad cuando se interrumpió milagrosamente un sitio romano. Como resultado, ninguno de ellos perdió la vida.7
A lo largo de los años, Elena White animó a los miembros para que pasaran de las ciudades a zonas rurales.8 En 1906 expresó: «A medida que transcurra el tiempo, cada vez será más necesario que nuestro pueblo salga de las ciudades. Durante años hemos recibido la instrucción de que nuestros hermanos y hermanas, y especialmente las familias con hijos, deberían planear salir de las ciudades a medida que puedan hacerlo».9
Además de la salud y los beneficios espirituales, un ambiente de campo mantiene a la familia apartada de las influencias corruptoras de las grandes ciudades. Elena White explicó: «El enemigo de la justicia tiene preparada toda clase de placeres para los jóvenes de cualquier condición de vida; y estos placeres no atraen solamente en las ciudades populosas sino en cualquier lugar habitado por seres humanos».10 «Pero en las grandes ciudades, su poder sobre las mentes es mayor, y sus redes para atrapar a los pies incautos son más numerosas».11
La decisión de salir de las ciudades es una cuestión individual (y familiar). No es algo que imponer a los demás. Debería estudiarse con oración, tomando en cuenta las condiciones e implicaciones generales, los consejos de otras personas, y siguiendo fielmente la orientación de la conciencia.
Llegará el momento cuando ese traslado se volverá imperativo. «Así como el sitio de Jerusalén por los ejércitos romanos fue la señal para que huyesen los cristianos de Judea –escribió Elena White–, así la asunción de poder por parte de nuestra nación [los Estados Unidos], con el decreto que imponga el día de descanso papal, será para nosotros una amonestación. Entonces será tiempo de abandonar las grandes ciudades, y prepararnos para abandonar las menores en busca de hogares retraídos en lugares apartados entre las montañas».12
Un traslado bien planificado de la ciudad a una zona rural puede acercarnos al plan original de Dios para la humanidad. Pero jamás debería debilitar nuestras actividades misioneras y llevarnos a una forma de religión egocéntrica. Nuestra misión a las ciudades no está terminada y no tenemos que convertirnos en una moderna versión de Jonás (cf. Jonás 1:1-3).
En efecto, deberíamos ser motivados por el compromiso incondicional de Pablo: «Pero de ninguna cosa hago caso ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hech. 20:24).
1 Elena White, La educación (Doral, Fl.: Asoc. Publ. Interamericana, 2009), p. 21.
2 Elena White, Testimonios para la iglesia (Doral, Fl.: Asoc. Publ. Interamericana, 1998), t. 9, p. 228.
3 Elena White, El conflicto de los siglos (Doral, Fl.: Asoc. Publ. Interamericana, 2007), p. 596.
4 Elena White, Manuscript Releases (Silver Spring, Md.: Ellen G. White Estate, 1993), t. 12, p. 331.
5 Elena White, Ministerio a las ciudades (Hagerstown, Md. Review and Herald Pub. Assn., 2012), p. 112.
6 Ibíd., p. 146.
7 Elena White, El conflicto de los siglos, pp. 29, 30.
8 Véase Elena White, De la ciudad al campo (Buenos Aires: Asoc. Casa Editora Sudamericana, 1977).
9 Elena White, Mensajes selectos (Mountain View, Cal.: Pacific Press Publ. Assn., 1967), t. 2, p. 413.
10 Elena White, Mensajes para los jóvenes (Doral, Fl.: Asoc. Publ. Interamericana, 2008), p. 289.
11 Elena White, Fundamentals of Christian Education (Nashville: Southern Pub. Assn., 1923), p. 423. 12 Elena White, Testimonios, t. 5, p. 439.