Transformemos lo imposible en posible
Los siervos de Dios no han de dejarse desanimar fácilmente por las dificultades o la oposición. Aquellos que proclaman el mensaje del tercer ángel deben ocupar valientemente su puesto, frente a la detracción y la mentira, peleando la buena batalla de la fe, y resistiendo al enemigo con el arma que Cristo empleó, a saber, el «Escrito está».
En la gran crisis por la que habrán de pasar pronto, los siervos de Dios encontrarán la misma dureza de corazón, la misma cruel determinación, el mismo odio inexorable, que encontraron Cristo y los apóstoles.
VALOR EN LA MISIÓN
Todos aquellos que en aquel día malo quieran servir fielmente a Dios según los dictados de su conciencia, necesitarán valor, firmeza y conocimiento de Dios y de su Palabra; porque los que sean fieles a Dios serán perseguidos, sus motivos serán impugnados, sus mejores esfuerzos recibirán interpretación falsa, y sus nombres serán empleados como maleficio.
Satanás trabajará con su poder de engaño para influir en el corazón y anublar el entendimiento, para hacer aparecer el mal como bueno, y el bien como malo. Cuanto más fuerte y pura sea la fe de los hijos de Dios, y cuanto más firme su resolución a obedecerle, tanto más fieramente se esforzará Satanás por incitar contra ellos la ira de aquellos que, al par que se proclaman justos, violan la Ley de Dios. Se requerirá la más firme confianza, el propósito más heroico, para guardar la fe una vez dada a los santos.
Los mensajeros de la cruz deben armarse de un espíritu vigilante y de oración, y avanzar con fe y valor, obrando siempre en el nombre de Jesús. Deben cifrar su confianza en su Jefe; porque nos esperan tiempos dificultosos. Los juicios de Dios están cayendo sobre la tierra. Las calamidades se siguen en rápida sucesión. Pronto se levantará Dios de su trono para sacudir terriblemente la tierra, y para castigar a los malos por su iniquidad. Entonces él se levantará en favor de los suyos, y les concederá su cuidado protector. Echará sus brazos eternos en derredor de ellos, para escudarlos de todo mal.
VALOR EN EL SEÑOR
Después de que en 1844 pasó la fecha, un grupo de hermanos y hermanas estaba reunido cierto día. Todos estaban muy tristes, porque la desilusión había sido muy dolorosa. Al rato llegó a la reunión un hombre que exclamó: «¡Animo en el Señor, hermanos; ánimo en el Señor!» Y lo repitió una y otra vez, hasta que cada cara se volvió resplandeciente, y cada voz se elevó para alabar a Dios.
Hoy digo a toda persona que trabaja para el Maestro: «¡Animo en el Señor!» Desde 1844, no he cesado de proclamar la verdad presente, y hoy esta verdad me es más cara que nunca.
Algunos miran siempre los rasgos objetables y que desaniman, y por lo tanto, los sobrecoge el desaliento. Se olvidan de que el universo celestial aguarda para hacerlos agentes de bendición para el mundo; y que el Señor Jesús es una reserva inagotable de la cual los seres humanos pueden sacar fuerza y valor.
No hay necesidad de sentir abatimiento ni aprensión. Nunca llegará el tiempo en que la sombra de Satanás no atraviese nuestra senda. Porque con ello el enemigo trata de ocultar la luz del Sol de justicia. Pero nuestra fe debe atravesar esta sombra.
No hay necesidad de temer
Dios pide colaboradores alegres, que se nieguen a verse desanimados y descorazonados por los agentes opositores. El Señor nos guía, y podemos avanzar con ánimo, seguros de que estará con nosotros, como estuvo en el pasado, cuando trabajábamos en debilidad, pero bajo el poder del Espíritu Santo.
Los ángeles sirvieron a Cristo, pero su presencia no hizo de su vida una vida cómoda y exenta de tentación. Fue «tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Heb. 4:15). ¿Han de desanimarse los predicadores, porque mientras están empeñados en la obra que el Maestro les señaló, tienen pruebas, perplejidades y tentaciones? ¿Han de perder la confianza porque sus labores no reportan siempre los resultados que tanto desean? Los verdaderos obreros no se abaten al ver el trabajo que tienen por delante, por arduo que sea. El rehuir las dificultades, el quejarse en la tribulación, hace débiles e ineficientes a los siervos de Dios.
Al ver aquellos que están en el frente de batalla que los ataques de Satanás se dirigen especialmente contra ellos, sentirán su necesidad de fuerza divina, y trabajarán en su fortaleza. Las victorias que obtengan no los harán engreídos, sino que los harán apoyarse más plenamente en el Poderoso. Nacerá en sus corazones una profunda y ferviente gratitud hacia Dios, y se sentirán gozosos en la tribulación que les sobrevenga cuando estén acosados por el enemigo.
FE Y VALOR
El tiempo presente es un momento de solemne privilegio y sagrada confianza. Si los siervos de Dios cumplen fielmente el cometido a ellos confiado, grande será su recompensa cuando el Maestro diga: «Da cuenta de tu mayordomía» (Luc. 16:2). La ferviente labor, el trabajo abnegado, el esfuerzo paciente y perseverante, serán recompensados abundantemente. Jesús dirá: Ya no os llamo siervos, sino amigos (Juan 15:15). El Maestro no concede su aprobación por la magnitud de la obra hecha, sino por la fidelidad manifestada en todo lo que se ha hecho. No son los resultados que alcanzamos, sino los motivos por los cuales obramos, lo que más importa a Dios. El aprecia sobre todo la bondad y la fidelidad.
Ruego a los heraldos del Evangelio de Cristo que no se desanimen nunca, que nunca consideren al pecador más empedernido como fuera del alcance de la gracia de Dios. Uno que a nuestro parecer sea un caso desesperado puede aceptar la verdad por amor a ella. Aquel que torna los corazones de los hombres como se desvían las aguas, puede atraer a Cristo al alma más egoísta y empedernida en el pecado. ¿Hay algo demasiado difícil para Dios? «Mi palabra –declaró él– que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, antes hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié» (Isa. 55:11).
Aquellos que se esfuerzan por desarrollar la obra en territorios nuevos se encontrarán a menudo necesitados de mejores condiciones. Su trabajo parecerá impedido por la falta de esas condiciones; pero no pierdan la fe ni el valor. A menudo están obligados a ir hasta el límite de sus recursos. A veces, puede parecer que no les es posible adelantar más. Pero si oran y trabajan con fe, Dios contestará sus peticiones, y les mandará recursos para el avance de la obra. Se presentarán dificultades; se preguntarán cómo hacer lo que es necesario hacer. A veces, el futuro parecerá muy sombrío. Pero presenten los obreros a Dios las promesas que les dio y denle las gracias por lo que hizo por ellos. Entonces el camino se abrirá delante de ellos, y serán fortalecidos para el deber de esa hora.
Los adventistas creemos que Elena G. White (1827-1915) ejerció el don bíblico de profecía durante más de setenta años de ministerio público. Este fragmento ha sido tomado de Obreros evangélicos (Buenos Aires: Asoc. Casa Editora Sudamericana, 1997), pp. 279-282.